—No, gracias. —Fue la cortante respuesta del ruso. —¡Oh, venga, Volkov! —Rápidamente se quejó el bulgaro, levantando la voz lo suficientemente alto como para arrancar pequeños quejidos de los dormidos tinys. —Calla, están durmiendo.—No, gracias. —Fue la cortante respuesta del ruso. —¡Oh, venga, Volkov! —Rápidamente se quejó el bulgaro, levantando la voz lo suficientemente alto como para arrancar pequeños quejidos de los dormidos tinys. —Calla, están durmiendo.

—Le regañó Greco, observando como Volkov se encargaba de arropar una vez más a los pequeños, asegurándose de que estuvieran cómodos y calentitos. —Viktor… —Le llamó Ivanov con aquel tono condescendiente que no hizo sino tensar los hombros del ojigris.—Le regañó Greco, observando como Volkov se encargaba de arropar una vez más a los pequeños, asegurándose de que estuvieran cómodos y calentitos. —Viktor… —Le llamó Ivanov con aquel tono condescendiente que no hizo sino tensar los hombros del ojigris.