Duele un poco cada vez que descubro una imagen que me inspira todo un torrente de sensaciones, pero que no puedo transmitir porque esa imagen no está bien considerada. Sensaciones que podría destilar conforme las voy escribiendo, y que probablemente rebosarían el contenedor...

¿Os abalanzaríais sobre él? ¿Entraríais en su campo de visión periférica y tiraríais despacio de la falda, descubriendo vuestro muslo? ¿Le tocaríais la mano, o su entrepierna? ¿Pondríais la mano bajo su barbilla, y le giraríais la cara hacia vosotras, despacio pero con firmeza?

Mujeres, imaginaos a vuestro hombre super-concentrado en algo que os despierta mucha ternura, y os sale del corazón "recompensarlo". ¿Cómo "llamaríais su atención" de forma totalmente inequívoca e inmediata acerca de vuestras intenciones?

Ojalá cámaras de fotos capaces de tomar instantáneas de lo que surge en mi cabeza cada vez que me dejo llevar... para ponerlas aquí y arrastraros a vosotros. Paisajes, caídas, vuelos, personajes, historias, oves tenebraes, miserias, océanos, insectos, nubes vivas, dragones, luceras caídas...

Antaño era capaz de ir inventando conceptos culturales (religión, numeración, tabúes, jerarquías, ritos y demás) conforme imaginaba la ruta que debía seguir un personaje en un mundo anillado en torno a una gigantesca estrella-árbol. Ahora me dejo mecer por ese recuerdo.

Crear, estrechar y mantener lazos. Qué vertical me va desde hace años. A veces por deseo propio, a veces por meteduras de pata antológicas, a veces por desidia, y el resto por cansancio y hastío. No me quejo. Es solo un intento de cristalizar/trivializar una pesada realidad.

Con lo de Gaza, Ucrania, Nagorno-Karabaj y otros conflictos no menos graves pero menos mediáticos, me están sometiendo a tensiones de una atroz mezcla de experimentos de Asch, de Milgram y de ventana de Overton, que no creo poder sobrevivir con mis facultades intactas.

Ataque diplomático de precisión: intentar descolocar con un comentario de tú a tú completamente inapropiado para que la reacción le baje las defensas y ponerla en evidencia ante su corte. En este caso, fue un ataque fallido y suicida. La bella emperatriz no era una cualquiera.

-Enséñame ese portentoso trasero que tienes, y luego siéntate en mi cara -le susurró el embajador al oído a la bella emperatriz durante el saludo formal de rigor en la larga y fastuosa coronación del emperador. Ella ni se inmutó. Un año después, cumpliría su deseo en las mazmorras, implacable.

Tras estudiar a la abundante competencia, decidió salir del carril, incluso ir contracorriente. Decidió exhibirse con movimientos mínimos e improvisados. Su armonía natural haría el resto. Fue un éxito arrollador. Por desgracia, el anonimato no sirvió: una peca fue suficiente.